viernes, 30 de octubre de 2009

HISTORIA DE TUS DIENTES




Te miro y me descubro, antes de las batallas,
más allá de los límites que marca el calendario.
Es este rostro esquivo que te pones los viernes
para mirar sonidos de espejos o campanas.
Porque detrás del viento, los cristales respiran
y se quejan los álamos sobre la piel del agua.
A veces también vienes en forma de tormenta
de viento con palomas, con espinosos lirios.
Delgada y contumaz, respira la violencia
y se queda invitada, cosida en tus arrugas.
No dejas de gritar y de poner los platos
para un banquete lúgubre, con un solo invitado.
Poema del ayer, alarido de entonces,
por donde las paredes crecen y se adelgazan.
Venimos de la voz y en ella regresamos,
por las laderas broncas de este país sin sueño.


II


Era el rostro y el rastro de aquellos días tuyos
un diálogo de leznas y de manos cortadas,
una variante turbia de los grandes contactos
entre ayer y mañana, con todos los ocasos.
Lo que se ve de lejos, lo que resuena y brilla,
con los dedos del alba cultivando el desprecio.
La historia también era travesía de un desierto,
un tramo de vocablos brillantes como esquirlas
o lagartos que anuncian el final de los gestos.
El barco de papel que siempre está llegando,
cuando mueren las luces y se borra el aliento,
y las noches más lentas se acomodan al sueño.
Tus palabras son gotas de una lluvia arrastrada
con sonido de tejas y agobio de alacenas.
Ahora es otro siglo, como todos los lunes,
y se abren los armarios que esconden el pasado.
Ahora llueve escarpias y se incendias balcones
en la espalda del miedo donde guardas el llanto.
Quedan geranios lentos y adjetivos doblados.
Escribir es otro intento, declarado inservible,
de gustar la ceniza y escuchar a los muertos.
Casi como guardar el fragor de los truenos
en el cuenco abollado de cada desayuno.


III

Y de tus ojos súbitos se desprenden licores
que llamamos romances, restos de otras huidas.