sábado, 2 de junio de 2018

EMILIO RODRÍGUEZ. FUGAZ Y PERMANENTE. PRESENTACIÓN EN CAFETÍN CROCHÉ EL 1 JUNIO 2018


Permitidme que esta presentación se base y se fundamente en la Nota del Autor, a modo de cita, expuesta al comienzo del poemario: “Estos Poemas han sido paridos en amplios espacios liberados de letra, para que los lectores desembarquen en ellos pluma en ristre y los iluminen con los sueños que una lectura sosegada les vaya sugiriendo. No han sido escritos para que mis lectores sueñen como yo, sino para que sueñen”.

Y, permitidme también que, dado el título aparentemente antitético FUGAZ Y PERMANENTE, cite al mayor poeta español representante de la llamada POESÍA DEL SILENCIO, Ángel Valente, de cuya Poesía del Silencio considero es partícipe Emilio Rodríguez. Dicha cita dice: “Escribir es como la segregación de las resinas, no es acto sino lenta transformación natural. Musgo, humedad, arcillas, limos, fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar”.

            Así bien, se entiende que el poema llegará a ser autónomo una vez esté finalizado. La poesía se convertirá en una herramienta de comunicación que será autosuficiente para hacer que el lector conozca la realidad, es decir, para comunicarle al lector el conocimiento. Cada lectura, por tanto, sería una evolución nueva que el poema experimenta por sí mismo, como autosuficiente e independiente al creador o al resto de poemas.

            Aparecerán como temas principales en el libro FUGAZ Y PERMANENTE, la materia que versa sobre la recuperación de la infancia, el volver a ella, la reflexión sobre el proceso de creación poética, la caída en el silencio, la proximidad a la poesía mística y minimalista de la palabra…

            Pero, sin duda, lo que llama más la atención en una primera lectura del poemario de Emilio Rodríguez, que nos viene de la mano por la brevedad de sus poemas y por los versos de arte menor que los componen, es considerarla, sentirla, como Poesía del Silencio. Emilio Rodríguez lleva a cabo en su poesía un complicado juego literario que se hace mediante palabras que dependen sustancialmente de los silencios. Lo ocupado en el verso por la palabra, y lo vacío tienen, en su poesía, el mismo valor.

Lo poetas, como Emilio Rodríguez, que trabajan el silencio, implícitamente trabajan y escriben lo sagrado porque, al nombrar lo sagrado, el ser se entiende en su poetizar sin necesidad de manifestarlo en palabras. Es decir, nuestro poeta recorre caminos sin llegar nunca al final de ellos, poetizan en el transcurso de ese trayecto, mas nunca en la meta que no se alcanza.

            La palabra poética funcionará como un fogonazo de luz dentro de una oscuridad inmensa que revela lo que se contiene en la claridad. Es por lo que, a lo largo de la Obra Poética de Emilio Rodríguez, tras sus libros “Inventario de todo lo que huye”, “Lugar de manantiales”, “Penúltimo cansancio”, y otros muchos, aparecerán nuevos títulos, como el que nos ocupa, con poesía cada vez más hermética, que contiene un universo más cerrado que sólo existe dentro de los versos que conforman sus poemarios. Se diría que la realidad de sus poemas no tiene sentido fuera de ellos, sino que necesitan al poema para existir, enclavándose sus poemarios en la tradición mística.

            Emilio Rodríguez, como poeta, se convierte en un incansable buscador de la palabra en su estado puro. Y este último libro puede ser considerado como un libro de plenitud dentro de una poesía que, como propone el título, se aboca a un absoluto despojamiento y esencialidad. El estilo de la poesía de Emilio Rodríguez viene a ser como la capacidad del poeta para verbalizar, es decir, para hacer verbo, para convertir en palabra, aquel conocimiento que el autor percibe y quiere a dar a conocer, porque la meta de la poesía para él, es capturar y llegar a conocer la realidad.

            Para Emilio Rodríguez, el poeta es aquel que posee el don de acertar con la palabra. El poema representa a algo que estaba a la vista pero que, solo de repente alguien pudo ver, y ese alguien, capacitado con ese don de acertar con la palabra, es el poeta. De esta manera, el objeto poético había sido contemplado sin ser apreciado en realidad con todas sus propiedades y desde todas sus perspectivas. Desde el momento en el que el poeta percibe lo poético, comienza en él el conocimiento que ese poema, aún futuro, aporta y que, solo en esa segunda fase, será comunicación: porque el poeta ve, escribe, lee, comprende…y es el lector el encargado de que ese trabajo, al que le ha dado formado el creador, llegue a ser comunicación.

            Por lo mismo, deduzco que el proceso que lleva a la construcción del poema para Emilio Rodríguez es un movimiento de indagación y tanteo, dado que el control absoluto sobre el poema no lo tiene nadie. Tanteo que se nos transfiere como inseguro, porque el poeta se realiza probando, con un sentido táctil, sensorial, de explorador. Al final de este proceso, el poema logra hacerse carne: es independiente y es materia. Y para llegar a ser corporal, el poema ha de trasladarse a la realidad primaria, al origen o génesis.

            Por lo que remito al inicio de esta presentación con la cita del poeta Ángel Valente cuando nos dice “Que el poema es como la resina del árbol”. La resina sale del cuerpo de los árboles igual que el poema sale del autor, dejando un residuo puro, perfecto, acabado.

            Por lo que se deduce que, el concepto de meta poesía en Emilio Rodríguez, preocupación y concepto muy vinculado a muchos de sus poemas, no es un proceso “hacer” sino una permanencia “aposentarse, estar”. De ahí el título tan aparentemente antitético de este poemario. El poema es una evolución gradual que puede cambiar con las diferentes lecturas de cada persona que acceda al conocimiento que se encarna en el poema, y que, por lo tanto, podrá interpretar y entender de una manera diferente.

            El lenguaje poético de Fugaz y Permanente es en un primer momento ininteligible (no se puede entender) porque siempre deja abiertas las puertas de las significaciones, que podrán depender de dónde, cómo o quién lea el poema una vez ha logrado tener vida propia. Visión heracletiana del ser, dado que el movimiento iguala, se funde a la quietud. Las imágenes del libro, su aparición y desaparición, su ir y venir, yo diría ocurren en una niebla difusa. Al fin y al cabo, se trata de una teoría de la creación no muy distante de la vía mística de San Juan de la Cruz o de Miguel de Molinos. Se trata de hacer crear un espacio vacío, “estado de no acción, de no interferencia, de atención suprema a los movimientos del universo”. Como el místico espera la presencia inminente de Dios en el alma, ante la nada deseada, el poeta espera, las fuentes desconocidas, el don del poema o del cuadro, dado que no nos olvidemos de la otra expresión artística de Emilio Rodríguez, la pintura, tan vinculada a su creación poética.
            Como pintor, Emilio Rodríguez, yo diría que sus dibujos los envuelve en una especie de almendra, símbolo de la unión, de la aureola de luz que envuelve la figura de Cristo y de la Virgen, del amor, de lo fugaz y lo permanente. Sus dibujos se visualizan en la palma de la mano, cóncava, que envuelve como aureola, la caricia, la piel. La unión y también lo inacabable, lo inminente, están implicados en la experiencia de dibujar, de pintar, al igual como en su función de poeta, la creación de un estado de vacío, de espera y expectación de la llegada de la palabra. Palabra que le llega al poeta en la callada y mística soledad de su alma, invitándonos universalmente de la misma manera a los lectores.

            La hermenéutica y la cortedad del decir, convergiendo con la mística al buscar la palabra matriz, se ha convertido, en los versos de Emilio Rodríguez, en Poesía del Silencio, del más bello silencio que nos llega del misterio, porque para nuestro autor, el arte, el poema, solo puede captarse en su duración, en su llegar a ser, es decir, fugaz y permanente a un mismo tiempo. Versos impregnados de fugacidad permanente que a continuación vamos a tener el privilegio de escuchar en boca del propio autor.

Mariano Rivera Cross
Poeta, escritor y crítico literario