Permitidme que esta
presentación se base y se fundamente en la Nota del Autor, a modo de cita,
expuesta al comienzo del poemario: “Estos Poemas han sido paridos en amplios
espacios liberados de letra, para que los lectores desembarquen en ellos pluma
en ristre y los iluminen con los sueños que una lectura sosegada les vaya
sugiriendo. No han sido escritos para que mis lectores sueñen como yo, sino
para que sueñen”.
Y, permitidme también
que, dado el título aparentemente antitético FUGAZ Y PERMANENTE, cite al mayor
poeta español representante de la llamada POESÍA DEL SILENCIO, Ángel Valente,
de cuya Poesía del Silencio considero es partícipe Emilio Rodríguez. Dicha cita
dice: “Escribir es como la segregación de las resinas, no es acto sino lenta
transformación natural. Musgo, humedad, arcillas, limos, fenómenos del fondo, y
no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de
los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar”.
Así bien, se entiende que el poema llegará a ser autónomo
una vez esté finalizado. La poesía se convertirá en una herramienta de
comunicación que será autosuficiente para hacer que el lector conozca la
realidad, es decir, para comunicarle al lector el conocimiento. Cada lectura,
por tanto, sería una evolución nueva que el poema experimenta por sí mismo,
como autosuficiente e independiente al creador o al resto de poemas.
Aparecerán como temas principales en el libro FUGAZ Y
PERMANENTE, la materia que versa sobre la recuperación de la infancia, el
volver a ella, la reflexión sobre el proceso de creación poética, la caída en
el silencio, la proximidad a la poesía mística y minimalista de la palabra…
Pero, sin duda, lo que llama más la atención en una
primera lectura del poemario de Emilio Rodríguez, que nos viene de la mano por
la brevedad de sus poemas y por los versos de arte menor que los componen, es
considerarla, sentirla, como Poesía del Silencio. Emilio Rodríguez lleva a cabo
en su poesía un complicado juego literario que se hace mediante palabras que
dependen sustancialmente de los silencios. Lo ocupado en el verso por la
palabra, y lo vacío tienen, en su poesía, el mismo valor.
Lo poetas, como Emilio
Rodríguez, que trabajan el silencio, implícitamente trabajan y escriben lo
sagrado porque, al nombrar lo sagrado, el ser se entiende en su poetizar sin
necesidad de manifestarlo en palabras. Es decir, nuestro poeta recorre caminos
sin llegar nunca al final de ellos, poetizan en el transcurso de ese trayecto, mas
nunca en la meta que no se alcanza.
La palabra poética funcionará como un fogonazo de luz
dentro de una oscuridad inmensa que revela lo que se contiene en la claridad.
Es por lo que, a lo largo de la Obra Poética de Emilio Rodríguez, tras sus
libros “Inventario de todo lo que huye”, “Lugar de manantiales”, “Penúltimo
cansancio”, y otros muchos, aparecerán nuevos títulos, como el que nos ocupa,
con poesía cada vez más hermética, que contiene un universo más cerrado que
sólo existe dentro de los versos que conforman sus poemarios. Se diría que la
realidad de sus poemas no tiene sentido fuera de ellos, sino que necesitan al
poema para existir, enclavándose sus poemarios en la tradición mística.
Emilio Rodríguez, como poeta, se convierte en un
incansable buscador de la palabra en su estado puro. Y este último libro puede
ser considerado como un libro de plenitud dentro de una poesía que, como
propone el título, se aboca a un absoluto despojamiento y esencialidad. El
estilo de la poesía de Emilio Rodríguez viene a ser como la capacidad del poeta
para verbalizar, es decir, para hacer verbo, para convertir en palabra, aquel
conocimiento que el autor percibe y quiere a dar a conocer, porque la meta de
la poesía para él, es capturar y llegar a conocer la realidad.
Para Emilio Rodríguez, el poeta es aquel que posee el don
de acertar con la palabra. El poema representa a algo que estaba a la vista
pero que, solo de repente alguien pudo ver, y ese alguien, capacitado con ese
don de acertar con la palabra, es el poeta. De esta manera, el objeto poético
había sido contemplado sin ser apreciado en realidad con todas sus propiedades
y desde todas sus perspectivas. Desde el momento en el que el poeta percibe lo
poético, comienza en él el conocimiento que ese poema, aún futuro, aporta y
que, solo en esa segunda fase, será comunicación: porque el poeta ve, escribe,
lee, comprende…y es el lector el encargado de que ese trabajo, al que le ha
dado formado el creador, llegue a ser comunicación.
Por lo mismo, deduzco que el proceso que lleva a la
construcción del poema para Emilio Rodríguez es un movimiento de indagación y
tanteo, dado que el control absoluto sobre el poema no lo tiene nadie. Tanteo
que se nos transfiere como inseguro, porque el poeta se realiza probando, con
un sentido táctil, sensorial, de explorador. Al final de este proceso, el poema
logra hacerse carne: es independiente y es materia. Y para llegar a ser
corporal, el poema ha de trasladarse a la realidad primaria, al origen o
génesis.
Por lo que remito al inicio de esta presentación con la
cita del poeta Ángel Valente cuando nos dice “Que el poema es como la resina
del árbol”. La resina sale del cuerpo de los árboles igual que el poema sale
del autor, dejando un residuo puro, perfecto, acabado.
Por lo que se deduce que, el concepto de meta poesía en
Emilio Rodríguez, preocupación y concepto muy vinculado a muchos de sus poemas,
no es un proceso “hacer” sino una permanencia “aposentarse, estar”. De ahí el
título tan aparentemente antitético de este poemario. El poema es una evolución
gradual que puede cambiar con las diferentes lecturas de cada persona que
acceda al conocimiento que se encarna en el poema, y que, por lo tanto, podrá
interpretar y entender de una manera diferente.
El lenguaje poético de Fugaz y Permanente es en un primer
momento ininteligible (no se puede entender) porque siempre deja abiertas las
puertas de las significaciones, que podrán depender de dónde, cómo o quién lea
el poema una vez ha logrado tener vida propia. Visión heracletiana del ser,
dado que el movimiento iguala, se funde a la quietud. Las imágenes del libro,
su aparición y desaparición, su ir y venir, yo diría ocurren en una niebla
difusa. Al fin y al cabo, se trata de una teoría de la creación no muy distante
de la vía mística de San Juan de la Cruz o de Miguel de Molinos. Se trata de
hacer crear un espacio vacío, “estado de no acción, de no interferencia, de
atención suprema a los movimientos del universo”. Como el místico espera la
presencia inminente de Dios en el alma, ante la nada deseada, el poeta espera,
las fuentes desconocidas, el don del poema o del cuadro, dado que no nos
olvidemos de la otra expresión artística de Emilio Rodríguez, la pintura, tan
vinculada a su creación poética.
Como pintor, Emilio Rodríguez, yo diría que sus dibujos
los envuelve en una especie de almendra, símbolo de la unión, de la aureola de
luz que envuelve la figura de Cristo y de la Virgen, del amor, de lo fugaz y lo
permanente. Sus dibujos se visualizan en la palma de la mano, cóncava, que
envuelve como aureola, la caricia, la piel. La unión y también lo inacabable,
lo inminente, están implicados en la experiencia de dibujar, de pintar, al
igual como en su función de poeta, la creación de un estado de vacío, de espera
y expectación de la llegada de la palabra. Palabra que le llega al poeta en la
callada y mística soledad de su alma, invitándonos universalmente de la misma
manera a los lectores.
La hermenéutica y la cortedad del decir, convergiendo con
la mística al buscar la palabra matriz, se ha convertido, en los versos de Emilio
Rodríguez, en Poesía del Silencio, del más bello silencio que nos llega del
misterio, porque para nuestro autor, el arte, el poema, solo puede captarse en
su duración, en su llegar a ser, es decir, fugaz y permanente a un mismo
tiempo. Versos impregnados de fugacidad permanente que a continuación vamos a
tener el privilegio de escuchar en boca del propio autor.
Mariano Rivera Cross
Poeta, escritor y
crítico literario