domingo, 30 de diciembre de 2007

A TRAVÉS DEL CRISTAL

Llovía y salía el sol, así en una alternancia casi cronometrada. Ella, sumida en las tareas de la cocina, no dejaba de controlar visualmente la gran curva en pendiente por donde él debería llegar a la hora de la comida. Casi mecánicamente se volvía hacia el gran ventanal que dominaba la ladera donde estaba, como colgada, la casa. No miraba el reloj. Sabía, por los cambios de la luz en la vegetación, qué hora era en cada momento. No necesitaba medir el tiempo, pero tampoco perdía ojo a la evolución del guiso que se estaba cocinando a fuego lento.


Le gustaba controlar las variaciones momentáneas de la luz sobre los árboles que poblaban el pequeño reguero, despeñado y ruidoso, que corría hacia el fondo del valle al encuentro con el río. Los colores cambiantes de una primavera ya iniciada, describían con minuciosa persistencia los alardes cromáticos en las ramas de los diversos árboles y arbustos. Cocinaba y avizoraba el derroche imaginativo de colores. Eran, sobre todo abedules y salgueros. Pero no faltaban alisos y castaños, en contraste con las manchas persistentes de pinos y eucaliptos.


Cocinaba y miraba, pensando lo que iba a contarle a él cuando volviera, como cada día,
a la hora de comer. Ensayaba, mentalmente:


- Hoy los salgueros tienen un color casi morado, casi vino de burdeos, en sus ramas donde los brotes están a punto de asomar…


O bien:


- Mira, los abedules están ya casi rojos, aunque todavía de un color lila muy brillante…


Seguía controlando la lumbre. La cocción de los alimentos no requería tanta atención como los cambios que estaban teniendo lugar en el paisaje.


La radio, un fondo ronroneante, también parecía formar parte de este persistente ritual. Pero era una presencia secundaria, como un fondo mullido y monótono, a pesar de la alternancia de música y noticias sin relieve, sin alterar esa especie de silencio en que flotaban los sonidos.


De pronto, se cortó la emisión de un “rap” apenas perceptible para dejar paso a una voz femenina que se elevó hasta escucharse claramente. Hablaba de un accidente, de una colisión de varios vehículos, ocurrida hacía solamente unos minutos en el cruce de salida del pueblo. La voz hablaba de un fallo humano acrecentado por los efectos de la lluvia. Hablaba también de un muerto, sin ninguna otra precisión. Ella recordó que había captado, en una lejanía casi evanescente, un ruido de sirenas. Lo había oído pero sin escucharlo, como formando parte de aquella música insistente y machacona. Cuando volvió a mirar por la ventana, se dio cuenta de que los colores del paisaje habían cambiado. Todo aparecía como difuminado.



La ladera se había cubierto de un velo que recordaba el color de la ceniza.



Siguió como hipnotizada por la visión que le llegaba a través del cristal. El mediodía se había vuelto agrio y desdibujado. Era como si alguien hubiera derramado arena gris en el paisaje. La vegetación se había llenado de una luz cansina y agusanada.


Siguió mirando alucinada a través del ventanal. Entonces fue cuando lo vió. Estaba subiendo a pie por la cuesta, al comienzo de la gran curva de la carretera, pero avanzaba como flotando, sin posar los pies en el suelo. Durante un tiempo que no llegó a medir, siguió viéndolo allí, en el mismo lugar de la gran curva. Caminaba sin avanzar. Movía las piernas como si pisara una superficie de algodón. Todo el paisaje, tan entrañable y colorista, se había borrado de repente.


Solamente estaba él, persistente, caminando sin moverse. Entonces ella se apartó del ventanal. Se olvidó de la música, de los olores y sonidos de la casa. Todavía no sintió ningún dolor, ni rabia, ni tristeza. Solamente un golpe en todo el cuerpo. Un resquebrajamiento de la piel. Una especie de niebla cayendo en goterones por delante de los ojos.

sábado, 8 de diciembre de 2007

ÍNDICE DEL BLOG

Con el propósito de facilitar a los lectores un acceso rápido y seguro a la obra incluida hasta ahora en el blog, ofrecemos a continuación un índice.

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