lunes, 16 de diciembre de 2013

domingo, 10 de noviembre de 2013

PISADAS DE SILENCIO




Y las manos cansadas
                    y los ojos,
cargados con esquirlas
de los sueños,
se te fueron reduciendo
     como pequeños ríos
que han perdido
                  la memoria.
Y todo tu caudal
              fue sólo huella
de un flujo semejante
al crecer de las paredes.
Porque detrás del calendario
se esconden siempre
                las pisadas
del miedo, con los ácaros
que arruinan y envejecen
los inicios.
Todo quedó a merced
             de aquella huida
practicada en el tiempo
de un eclipse.
Porque las puertas saben,
                       pero nunca
parecen escuchar
                 ni tener dudas.


                    EMILIO RODRÍGUEZ

jueves, 9 de mayo de 2013

miércoles, 17 de abril de 2013

jueves, 21 de marzo de 2013

ANTONIO SÁNCHEZ ZAMARREÑO PRESENTA A EMILIO RODRÍGUEZ


Palabras pronunciadas por el  poeta Antonio Sánchez Zamarreño en su presentación de Emilio Rodríguez,  con motivo del acto  Poeta ante la cruz 2013, organizado por la Real Cofradía Penitencial de Cristo Yacente de la Misericordia  y de la Agonía Redentora, celebrado en la Catedral de Salamanca,  el día 17 de marzo de 2013.

“Emilio Rodríguez es asturiano, es poeta y es dominico. Como asturiano, conoce las espesuras del bosque; como poeta, conoce los laberintos de la palabra; como dominico y hombre de fe, conoce los abismos de Dios. Está, por eso, avezado a las sombras; sus ojos escrutan siempre, bajo la máscara de la realidad, otra realidad oblicua, que ya no está regida por la apariencia, sino que penetra en pasadizos misteriosos y nos proporciona claves que la lógica no puede proporcionarnos. Esto es un poeta: el que alarga los ojos de la tribu para ver, en cada cosa cotidiana, la palpitación de un prodigio. Y esto es un creyente: el que ve, en los horrores de un viernes y de una cruz, el triunfo de esa esperanza que nos reintegró un día a la estirpe de Dios. Y he aquí que un poeta y creyente como Emilio Rodríguez viene a ponerse ante este Cristo de la Agonía Redentora para estremecerse y estremecernos con el  misterio inagotable: cómo es posible que un Dios haya aceptado probar la finitud del hombre, las limitaciones de un cuerpo tan frágil, la tiranía, en fin, de una muerte que no fue, desde luego, la de un magnate que muere majestuosamente en su cama, aliviados sus estertores por protomédicos y esclavos, sino la de un reo a quien cuelgan de un palo entre denuestos y blasfemias. Viendo esta imagen del crucificado, uno llega a pensar, incluso, si no le serviría de modelo al artista cualquiera de aquellos maleantes con quienes la justicia no tuvo misericordia y acabaron sus días en manos del verdugo. Cristo, así, volvería a repetirse-como lo postula nuestra fe- en cada uno de los cuerpos sufrientes que van naufragando a través de los tiempos: en los maltratados de palabra y de obra, en los resquebrajados del espíritu, en los arrojados a las sentinas de la sociedad. Y, querido Emilio Rodríguez, a los pies de este Cristo desnudo hay que venir desnudos: con todo lo que somos, pero sólo con eso: ni un gesto más, ni un miligramo de retórica más. Nuestro verso para él no puede ser sino la prolongación de aquel grito suyo del viernes: un verso necesario, lleno de lámparas colgadas que iluminen la opacidad de la muerte con resplandores de resurrección. Pienso que el Cristo de la Agonía Redentora tiene hoy en ti al poeta adecuado. Tu poesía, desde aquel libro inicial que titulaste “Pregunto por el silencio” ha seguido un largo camino de depuración y llega aquí despojada ya de oropeles: es la poesía del eremita; arde y vive con la sobriedad de quien apenas necesita nada para ser. Todos recordamos esos poemas tuyos de libros como “Marea de bolsillo”, “El canto funeral de la distancia”, “Horas menores”, “Jardines recortables”, “Interior de humo” o “Todas las preguntas”, hechos con poemas que tienen un soporte verbal mínimo, y que, precisamente por eso, dejan en la conciencia de quien los lee una vibración perdurable. Cristo, además, se sentirá muy satisfecho porque su poeta de esta tarde llega a Él con pasos de niño: muchos de sus versos vienen de jugar con las palabras, como si acabaran de merendar en un parque y hubieran compartido las sílabas con aquellos gorriones que el padre celestial alimenta. Los pájaros, los niños, la simplicidad de las cosas: qué transparencia ponen estos seres purísimos en tantas de tus líneas, cómo se cumplen en ellas palabras del Maestro: “Si no sois como niños, no entraréis en el reino de los Cielos”. Y tu voz es digna de este acto, también, porque ha acompañado a los  predilectos de Jesús: a los marginados, a quienes les tocó abrazarse a una vida sombría y no tuvieron otro horizonte que la opacidad de un muro sin mañana. Tus lectores recordamos ese libro tremendo que titulaste “Como árboles que andan” y que habla de aquella gente tuya que vive-y, a veces, muere- en los laberintos de la mina: hombres, mujeres, niños, tiznados de carbón, encadenados al vientre de la tierra. No eres tú hombre que tome el nombre de Dios en vano, pero no hay en tu obra ni un sólo milímetro donde lo sagrado no respire con tu aliento poético; todo es en ella revelación del Absoluto. Y ahora, esta tarde, Cristo y tú frente a frente. Cristo con el cuerpo desnudo; tú con el alma abierta en canal, desangrándose sobre Él y sobre nosotros y sobre este mundo que parece obstinarse en un viacrucis perpetuo: “Derribad esos muros de codicia y de envidia”, nos dirás tú esta tarde; “desbaratad los diques”. Para eso estamos aquí: para afirmar al hombre, para renovar el estupor del hombre en cuya fragilidad fue injertada la naturaleza divina. Porque, pese a la muerte, somos ya inmortales. Al final de tu escrito hay tres sonetos que hablan de resurrección: de la suya y de la nuestra. Te los agradecemos especialmente, pues nuestra fe nos enseña que, si Cristo resucitó al final de la muerte, nosotros, gracias a Él, comenzamos a resucitar mucho antes: al principio de la vida. Que el santísimo Cristo de la Agonía Redentora te pague estas palabras con más palabras y con más palabras que sigan nombrando en plenitud las cosas de la tierra y las cosas del cielo. Con ustedes, Emilio Rodríguez.”

viernes, 1 de marzo de 2013